Siglos antes la divulgación científica era común, y obligaba discusiones variadas en la sociedad. Cuando Chales Darwin publicó su Teoría de la Evolución de las Especies, los comentarios en contra y a favor se multiplicaron por todo el mundo. La sociedad completa se movilizó alrededor de una hipótesis científica, la cual ayudo incluso a modificar creencias y a derrumbar pensamientos dogmáticos que habían anquilosado y detenido la evolución de las ideas ¿Qué diferencia existe entre ese instante histórico y los desplegados a ocho columnas que hoy en día pudieran aparecer, reportando la clonación de un ser humano? Las repercusiones quizá puedan ser tan extensas, pero la gran diferencia está en los tiempos. Mientras a Darwin le tomaron años y años escribir en forma de un libro sus ideas, para luego tomar otros años en diseminarlas alrededor del mundo y que otros las leyeran, para finalmente, durante el período de años de discusión, convencer a sus detractores, hoy en día toma unos minutos hacer público un resultado (al menos sigue tomando años el proceso del descubrimiento científico), otros minutos que el resto del mundo se entere y tal vez unas pocas horas en recibir retroalimentación por parte de los que estén a favor y los que estén en contra.
Pero, ¿a la sociedad le importa conocer los avances de la ciencia y la técnica? Debería. Día con día es usuario de dichos avances, y en más de una ocasión, su vida podría mejorar conociendo mejor como funcionan o de donde vienen. Entonces, yo divulgador, tengo un compromiso social, humano, casi una misión religiosa: no sólo dar a conocer el cómo y el por qué de las cosas, sino también, crear la necesidad de querer saberlo. Es en mucho, el despertar el niño interno, creativo e indagador, que existe en cada uno de nosotros. Volver a hacerte preguntas en voz alta como “¿por qué el cielo es azul?, ¿a dónde va el agua de lluvia?, ¿cómo funciona mi teléfono celular?, ¿y la pantalla de mi laptop de que esta hecha?, ¿cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler de tungsteno?, y muchas más.
La inquietud de saber es como un niño dormido. Cuando despierte, nos llenará de preguntas y mas nos vale estar preparados para contestarlas. Tal vez más importante que contestarlas sea, como elaborarlas. Porque sin preguntas concretas, no hay respuestas claras.
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